El escritor y periodista analiza en entrevista con LA CAPITAL los modos en que lo cultural e ideológico se filtra en los juegos infantiles y cómo, de cierta manera, los adultos continuamos jugando con reglas impuestas por otros.
Por Rocío Ibarlucía
Jugar a las escondidas, a la mancha, al cuarto oscuro, jugar al fútbol en la calle o al elástico en la vereda, jugar a las payanas, a los playmobil, a los autitos, tomar la leche mirando a MacGyver y El Zorro por la tele o leyendo la revista Billiken… Estas son algunas de las imágenes de la infancia que recupera “Todos los niños mienten”, novela del escritor y periodista Sebastián Basualdo editada por Emecé que, sin caer en la nostalgia o la romantización, logra reconstruir las tardes de verano en las que tres vecinos de entre 9 y 12 años se la pasan jugando en el edificio donde vivían en los años 80.
La novela narra cómo esos juegos son al mismo tiempo un espacio para la libertad y, a su vez, una instancia ideal para adquirir las reglas de la cultura dominante en la sociedad. Porque mientras juegan a los playmobil, reproducen los discursos de sus padres o de las series, se filtran los prejuicios de los adultos en sus palabras y se impone el consumismo frente al deseo genuino de exploración del mundo. En ese sentido, más que ser una historia sobre la infancia, se trata de esos instantes en que se pierde la inocencia, en el dolor de crecer, de dejar ir a la infancia o el momento en que te la arrebatan.
Ciertos personajes de “Todos los niños mienten” ya han aparecido en la novela anterior de Basualdo, “Cuando te vi caer”, que indaga en la vida de los excombatientes de la guerra de Malvinas. Su obra más reciente puede pensarse como una precuela, en tanto se sitúa varios años antes, para centrarse en la infancia de Lautaro. Además, el autor comenta a LA CAPITAL que estas historias continuarán en una nueva novela que está escribiendo y que se va a llamar “Hasta que te arrepientas”.
“En la próxima novela yo quiero indagar de manera honesta, como intenté hacer en ‘Todos los niños mienten’, en el padre de Lautaro, y en las diferencias entre las figuras del ‘padre’, el ‘papá’ y el ‘viejo’ en una sociedad como la nuestra, desde todos los puntos de vista, desde lo ideológico, lo cultural, lo vincular. Por eso, tuve que presentar al padre en estos textos previos y también en el cuento ‘Raymond Carver, mi padre’”. Los personajes de su universo literario, entonces, traspasan los límites de lo que ya podemos llamar su trilogía de novelas para desbordarse también hacia sus cuentos.
A Sebastián Basualdo le interesa construir una literatura fragmentaria y, si se quiere, pensada en forma de red, al desplegar las historias de sus personajes en diversos textos. De este modo, el lector debe buscar algunos silencios o apenas sugerencias de una novela en otra y, así, rearmar el rompecabezas del álbum familiar que viene diseminando a lo largo de su obra narrativa. “Me interesa -confiesa el autor- una clase de literatura en la que el lector arme su historia. A mí me gusta eso como lector, me gusta armar, pensar y ver si hay conexiones”.
-¿Qué te interpeló en un comienzo sobre el universo de la infancia para escribir una novela sobre este tema?
-Desde un comienzo, lo que tenía en mente era remontarme a algún momento de mi infancia en los 80 y cómo yo jugaba, cómo era ese mundo mío infantil con mis amigos. Esa creo que fue la primera motivación, pero no desde el lugar de la nostalgia o la melancolía de la infancia perdida, sino más bien cómo era ese universo lúdico que de alguna manera me transformó a mí en escritor, si es que puedo llamarme escritor, soy muchas otras cosas también. Ese mundo imaginario y lúdico quizá fue lo que me convirtió en alguien que escribe.
-En la novela el juego es al mismo tiempo un espacio de libertad, aprendizaje, reproducción de los consumos culturales infantiles (series, películas, libros) pero también de los modelos de pensamiento de los adultos. ¿Qué representaciones del juego infantil te interesaba contar?
-Me interesaba indagar cómo el juego, en uno de esos niveles, vendría a reproducir lo social, lo cultural. En los juegos se puede ver la cultura, desde la mirada adulta, con la industrialización, con la mercantilización, con los juguetes. Entonces, por un lado, ahí se pone en evidencia la cuestión ideológico-cultural de una sociedad; por otro lado, siguiendo esta línea de pensamiento, el juego de los niños y las niñas es ese lugar de aprendizaje, de libertad, de exploración, donde entra todo, la sexualidad también, y con mucha inocencia. Después, viene la mirada adulta en el caso de la novela que empieza a juzgar o a hacer lecturas de eso.
Basualdo ha publicado “La mujer que me llora por dentro” (2001), “Cuando te vi caer” (2008), “Fiel” (2010) y “Mañana solo habrá pasado” (2017). Fotos de Alejandra López.
-¿Hasta qué punto en los juegos el niño puede construir su propia voz y hasta qué punto reproduce todos estos mandatos culturales de los adultos?
-Todo el tiempo está esa tensión. Por ejemplo, un bebé prefiere jugar con una cuchara que con un juguete carísimo que le trae un tío del extranjero. Querer suplantar algo que es natural en un bebé, como el deseo de descubrimiento del mundo, da cuenta de la mercantilización del juguete que quiere venir a imponerse. En la novela, también está esta cuestión, se ve en los valores simbólicos de los juegos que hacen los tres chicos, con los playmobil, por ejemplo. En un momento uno de ellos propone jugar “El juego de la vida”, explica las reglas y Roitter, que es una especie de genio, dice que es una mierda.
-Porque es el juego capitalista por excelencia, gana el que tiene más plata, por eso lo reemplaza por jugar al fútbol con las chapitas, que encima las hacen artesanalmente.
-Sí, pero en última instancia, es lo mismo, en el sentido ideológico, porque no pueden escapar, porque cuando parece que van a escapar, se les viene encima la mirada adulta. Escapar, en un sentido de exploración de la sexualidad, tema muy tabú en una sociedad como la nuestra. Y también hay muchas hipocresías entre los mayores, porque los adultos nos oponemos al trabajo infantil pero que un nene esté alcanzando las pelotitas de tenis también es trabajo y no se lo considera así.
-¿Por qué elegiste un narrador en tercera?
-Creo que me costó, más que escribir la novela, encontrar ese tono y ese narrador en tercera. Al principio, lo que yo quería era rescatar, como te decía, la manera en la que yo veía el mundo cuando era niño, pero fijate que ahí hay un problema, porque cuando eso sucede, tiene que ser desde el pretérito: un adulto que recuerda a la distancia su infancia, un anciano que recuerda su juventud. Pero yo quería instalarme en el presente continuo que es, en realidad, la construcción de cómo percibe el niño el mundo. Entonces, me pregunté cómo hacer yo para poder acercarme. Una narración en primera no la quería porque cuando uno escribe en primera persona corre el riesgo de mejorarse a sí mismo y yo no quería esa melancolía. Entonces, necesité ese narrador, que es como una especie de tercera falsa.
-¿Cuán importante era no nombrar de forma explícita todo lo que sucede, como la sexualidad?
-Esto de no contar tiene que ver con las imposibilidades del lenguaje, no tanto desde la perspectiva de deliberadamente voy a trabajar los silencios o los blancos o las sugerencias. En algunos casos, sí; en otros casos era muy difícil. Todo lo que no se dice, por un lado, está relacionado con los mismos límites del lenguaje, el idioma y, por el otro lado, la sugerencia con una clase de literatura que a mí me interesa, que es que el lector arme su historia. A mí me gusta eso como lector, me gusta armar, pensar y ver si hay conexiones y lo que deliberadamente no está dicho de manera directa, por ejemplo, en ciertos pasajes de la masturbación uso un lenguaje poético extremo. Porque es muy difícil hablar de la sexualidad y más en la infancia, pero existe.
“Los adultos también estamos jugando el juego de otro y no siempre somos conscientes, a veces sí, de que estamos jugando”.
-La elección de esta tercera que acompaña la mirada del protagonista también permite que los lectores vayamos descubriendo la vida del edificio junto con Lautaro. De ese modo, recibimos la información de forma fragmentaria y tenemos que ir armando el rompecabezas.
-Ahí hay una intención deliberada porque “Todos los niños mienten” es casi una precuela de “Cuando te vi caer”. Entonces, hay una intención mía de construir un universo literario propio, hay un concepto mío de querer ahondar en esas zonas. En la novela aparecen algunas escenas fragmentarias que después se pueden entender en otros libros. Por ejemplo, la historia del padre aparece en la novela anterior, en esta y en una próxima. Para eso, era necesaria la construcción primero del clima de ese edificio. Fijate que cuando a Lautaro le dicen “El explorador de la taza”, él cree que es un juego, él no entiende todavía que en realidad está pidiendo. Te lo llevo a nuestro plano, eso mismo que uno cree desde la adultez que tiene una mirada superior, en realidad es lo mismo que nos sucede a nosotros los adultos. Es decir, los adultos también estamos jugando el juego de otro y no siempre somos conscientes, a veces sí, de que estamos jugando con el trabajo, con nuestros supuestos gustos, con nuestras elecciones, con las compras que hacemos, con los lugares adonde vamos de vacaciones o cómo constituimos nuestra familia, sexualidad, no hay mucha diferencia entre el juego de los niños y el de los adultos. Creo que yo tengo una libertad de elección hasta cierto punto sí, pero no total. Yo también soy el explorador de la taza jugando el juego de otros.
-Entonces, la novela no habla solo sobre la infancia, sino también sobre cómo esas reglas de los juegos infantiles persisten en el mundo adulto, ¿no?
-Claro, porque la vida no es trabajar ni ganar plata, ni ser famoso, ni ser estrella de rock. Nos han inculcado esa forma de vivir desde niños y uno está en esta vida para conocer un poco el mundo antes de morirse, no para trabajar. Y ahí opera el juego, entendiendo trabajo desde una perspectiva de no hacer lo que a uno lo realiza en ciertos términos, porque a nadie le gusta hacer lo mismo todo el tiempo para ganar algo de dinero. No hay mucha diferencia. Al niño, cuando es chiquito, le preguntamos qué quiere ser cuando sea grande, en lugar de qué quiere hacer. Uno no es solo lo que hace, después cuando te jubilás, ¿no sos nada? Bueno, mucha gente siente que no y por eso se deprime, entre otras cosas.
-Roitter funciona como un contrapunto respecto del resto de los niños, logra escapar de esa lógica productivista, porque no va a la escuela, se educa en su propia casa, es un gran lector. ¿Qué rol ocupa este personaje?
-Ese mismo, el contraste, hasta cierto punto. Yo me crié en La Paternal, me gustaba ir más al club que al colegio, entonces algo pasa ahí, el sistema educativo no parece muy atractivo para los niños. El personaje de Roitter no va al colegio pero aprende a hacer un montón de cosas y a partir del juego muestra una especie de lucidez que después se va a ir apagando a medida que uno va creciendo. Roitter es una especie de genio porque tampoco habría colegios para genios acá, porque la educación lo que hace es nivelar para todos igual. Y quiere mostrar juegos más intensos, que tienen que ver con lo imaginario, con lo simbólico, de lo cual también los adultos creemos que estamos afuera y es mentira. Yo creo que en la novela todos nos reconocemos un poquito, pero no porque yo tenga un talento desmesurado, sino porque hay ciertos momentos que son culturalmente muy compartidos.
-Este libro cuenta el ocaso de la infancia, porque narra la pérdida de la inocencia provocada por los prejuicios y miedos de los adultos. ¿Estás de acuerdo?
-Yo siempre me pregunto, me lo pregunté a mí y pregunté a la gente que me rodea en qué momento preciso, a partir de qué circunstancias precisas uno pierde la infancia. Proust cuenta una anécdota en la que se había mandado una macana de niño y lo cita el abuelo en su oficina, donde está el padre, el tío, todos los hombres de la casa. Él espera afuera, aterrado, hasta que lo hacen entrar y le dan una lección, después le dicen que se vaya y cuando está cerrando la puerta, escucha que se ríen. Entonces, él dice: “En ese momento se terminó mi infancia”. Bueno, a mí me interesaba pensar en qué momento preciso se pierde la infancia o te lo arrebatan.
“Creo que la literatura tiene un gran momento, en contraste con su aparente gran competidor que son las series. Las series cuentan historias y tienen un equipo de cincuenta guionistas, para ser exagerado, y eso permite que la literatura sea una forma de conocimiento de uno mismo y ya no para leer historias, sino leer mujeres y hombres, que es lo que a mí me interesa”.
-¿Qué diferencias encontrás entre la infancia de los 80 y la actual?
-La gran diferencia tiene que ver con las nuevas tecnologías y cómo eso genera en la niñez cambios de comportamiento, el mundo digital viene a corroer muchas cosas que son hermosas. Cuando yo era chico, vos me hablabas de Europa y yo no tenía ni idea. Hoy ponés en YouTube y podés recorrer toda Europa desde una pantalla. La espontaneidad y la velocidad construyen una noción de lo real, porque la realidad es lo cultural, no existe la realidad en sí misma, existe lo cultural. Yo me crié en un barrio en el que se sacaba la silla a la vereda y jugábamos a la pelota en la calle. Hoy en día no se hace por el miedo constante, por la delincuencia ligada a la pobreza y estigmatizada también. Igualmente, esto también estaba en los 80, años duros para la Argentina de inicios de la democracia y los problemas económicos. Los personajes de la novela también reproducen lo que aparece en la tele y eso se ve en el modo en que usan el lenguaje tomado de las películas y las series. Lo cultural está en el lenguaje, en qué palabras usamos: por ejemplo, la madre de Lautaro le dice que vaya a bañarse, porque está sucio después de jugar a la pelota, pero le dice “parece un indio” y usa esa palabra que culturalmente el indio es “malo”. Todo eso que está en el lenguaje es lo cultural y así un montón de cosas que hemos naturalizado que es parte de nuestra construcción que lamentablemente seguimos trasladando y que empieza en la infancia, el momento en que adquirimos el lenguaje.
-¿Qué literatura te interesa hacer?
-A mí no me interesa contar una historia y no creo que la función actual de la literatura sea contar historias. Creo que la literatura tiene un gran momento, en contraste con su aparente gran competidor que son las series. Las series sí cuentan historias y tienen un equipo de cincuenta guionistas para ser exagerado y eso no le va ni tiene ni le viene a competir a la literatura, pero por eso es un gran momento porque eso permite que la literatura sea una forma de conocimiento de uno mismo y ya no para leer historias, sino leer mujeres y hombres, que es lo que a mí me interesa.